Los cambiaformas (6) Dioses Griegos.

El cambiaforma es un tema común en la mitología y folklore así como en la ciencia ficción y las historias de fantasía. En su sentido más amplio, es cuando un ser (humano o no) tiene la habilidad de alterar su apariencia física.

Los antiguos mitos hablan de dioses mitad humanos, mitad animales; cuando los antiguos egipcios asociaron los poderes sobrenaturales y divinos con los animales que estaban presentes crearon una cosmogónica donde sus dioses eran seres con cuerpo humano y cabeza animal. Así Horus y Ra, símbolos del sol eran representados con cabeza del halcón que vuela en lo alto; Sejmet, diosa de la guerra era imaginada con la fuerza de una leona; Anubis, dios de los muertos era vinculado a chacal que ronda por carroña en los cementerios. Si bien los dioses egipcios eran en su mayoría seres quimericos zoocefalos; las transformaciones como tales de un ser en otro totalmente distinto no es tan evidente; realmente es más bien un proceso en el cual el animal divino adquirió forma humana para ser más cercano al hombre, pero sin dejar de perder su identidad animal-divina.

Es en la mitología griega donde tenemos, no sólo a la teriantropía, que es la supuesta habilidad de cambiar de forma humana a animal y viceversa, termino que proviene del griego «therion» que significa «animal salvaje» o «‘bestia», y de «anthropos» que significa «hombre»; siendo la licantropía (lykos = lobo + anthropos = hombre) un caso particular más especifico. En el mundo griego las transformaciones iban de humanos a animales, plantas o cosas inanimadas (agua, aire, piedra, etc.); pero también era posible lo inverso.

Entre los dioses antiguos destacan dos dioses marinos, conocidos como los ancianos del mar; por un lado Proteo o Proteús es un antiguo dios del mar, si bien era en sus inicios uno de los protogonos (primeros), como su nombre indica (proteo = proto = primero), con la llegada de los olímpicos se le hizo hijo de Nereo y Doris, de Océano y una nayade o del propio Poseidón y alguna ninfa. Independiente de su afiliación paterna discutible; los mitos señalan que Poseidón lo pone como pastor de las manadas de focas y/o leones marinos. Entre sus muchos poderes estaba el de poder ver el futuro; pero para no ser molestado constantemente por los consultantes cambiaba de forma para evitar tener que hacerlo y sólo contestando a quienes eran capaces de capturarlo. Es por ello que la palabras «proteo» y «proteico», aluden a quien cambia frecuentemente de opiniones y afectos.

En la Odisea se cuenta que la arenosa isla de Faro, situada frente al delta del Nilo estaba el hogar de Proteo. Menelao narra a Telémaco (hijo de Odiseo/Ulises) que se encontraba varado en la isla durante su viaje de vuelta de la Guerra de Troya. Menelao supo por Idotea (una hija de Proteo) que si podía capturar a su padre, podría obligarle a revelar a cuál de los dioses había ofendido y cómo apaciguarlo para volver a casa. Cuando Proteo salió del mar para dormir entre su colonia de focas, Menelao logró atraparlo, a pesar de que se transformó en león, serpiente, leopardo, cerdo, e incluso agua y árbol. Proteo le respondió entonces a Menelao lo que necesitaba saber y le dijo además que su hermano Agamenón había sido asesinado por traición de su mujer y su amante, que Áyax había naufragado y muerto, y que Odiseo estaba varado en la isla de Calipso.

Nereo o Nereus era otro de los viejos del mar, era el dios de los peces y vivía en las profundidades del mar Egeo. Al igual que su antecesor tenía el don de la profecía y era un maestro cambiaformas. Y es en el encuentro con Heracles/Hercules quien iba en la labor n°11, cuando se muestra su poder:

Euristeo, esta vez le encargó a Heracles que le traiga las manzanas de oro que la diosa Gea le había regalado a Hera como regalo de casamiento y, que Hera, había plantado en un jardín lejano de occidente custodiado por las Ninfas de la tarde, conocidas como Hespérides y un dragón de cien cabezas llamado Ladón. El recorrido que hizo Heracles para llegar al misterioso jardín es muy complicado ya que nadie conocía bien su ubicación. Primero Heracles fue a visitar unas Ninfas para que lo orientaran, pero las Ninfas le dijeron que tenía que buscar al dios Nereo, ya que era el único que conocía la ubicación precisa. Heracles buscó a Nereo y lo capturó para obligarlo a revelar el secreto. Nereo no quería decir ni media palabra. Heracles lo encadenó y Nereo que era un dios, se transformó en león, luego en serpiente y más tarde en llamas. Pero Heracles se mantuvo firme sin asustarse y Nereo finalmente confesó el sitio secreto del famoso jardín.

Otras versiones hablan de que el pescador Glauco, transformado en criatura marina al comer unas algas que tenían la virtud de revivir los peces que había pescado, fue acogido entre los dioses marinos, que vieron en él un igual; y le enseñaron el arte de la profecía. Sería Glauco quien ayudaría a Menelao a volver a casa y a los Argonautas, de cuya nave se dice que ayudo a construir cuando era pescador.

Los dioses del mar eran, como el mar mismo, cambiante, mutable y por tanto poseían no sólo el secreto de la transformación, sino también el de la profecía. Cuando Zeus era joven enamoró a la Oceanide Temis (Literalmente «Consejo») y que era la diosa del saber; de ella obtuvo la poción para que su padre, Cronos, vomitara a sus hermanos devorados; y también aprendió todo lo que pudo para su provecho.

En la titanomaquia (la lucha de Zeus y sus hermanos contra su padre Cronos y sus tíos) el joven Zeus pretendió desposar a tan sabia esposa; pero por un lado, según algunos una profecía de Metis, o por otros una maldición de Cronos o de Urano, se decía que Metis daría primero a luz una hija y después un hijo que estaría destinado a gobernar el mundo. Zeus habiendo aprendido todo lo que podía de tamaña maestra le pidió una muestra del poder de la transformación a la diosa; y esta se transformo en una mosca; que rápidamente Zeus devoró, una forma final y cruel para apoderarse del saber de la diosa. Si ignoraba el tramposo Zeus que Metis ya estaba embarazada o no, es discutible; lo que si es que ella permaneció viva dentro de su cabeza el tiempo suficiente para construir una armadura para su hija neonata. Los golpes de la fabricación de la armadura metalurgia hicieron que Zeus tuviera un horrible dolor de cabeza, y tuvo Hefesto que abrir su cabeza con una hacha. De la apertura de la cabeza de su padre, Atenea surgió totalmente crecida y lista para la batalla que todavía se daba contra los titanes.

Zeus uso el poder de la transformación muchas veces, principalmente para ocultarse de su mujer Hera cuando estaba con alguna de sus amantes. Pero uso incluso este poder para engañar a la propia Hera, que estaba reacia a sus avances y pretendía al igual que Hestía (diosa del fuego del hogar) mantenerse virgen. Según el mito Hera se había criado en Arcadia y allí fue a buscarla Zeus transformado en cuco. Era invierno y cuando Hera tomó al cuco en sus manos para protegerlo del frío, Zeus recuperó su verdadera forma y la violó. Después de este encuentro Hera y Zeus se casaron y Hera pasa a ser la reina indiscutible del Olimpo.

Cuando el orden fue establecido, los dioses le pidieron a Zeus que creara divinidades capaces de cantar al nuevo orden en el Universo. Disfrazado de pastor, Zeus se unió durante nueve noches consecutivas con Mnemosine, hija de Gea y Urano, hermana de Cronos. Mnemosine, era la personificación de la memoria, «sabe todo lo que ha sido, es y será » ; posee el conocimiento de los orígenes y de las raíces, poder que traspasa los límites del más allá. Con Metis tenía el pensamiento y con Mnemosine la memoria, recuerda un poco a los dos cuervos (pensamiento y memoria) de Odín que vuelan sobre el mundo e informan a su amo de todo lo que acontece. De esta unión surgirán las nueve musas, patronas de las artes.

Calisto era una cazadora perteneciente al cortejo de Artemisa, diosa de la caza, para lo cual había hecho el obligatorio voto de castidad. Sin embargo, Zeus se enamoró de ella y, para seducirla, adoptó la forma de la propia Artemisa para acercarse y poder violarla, de tal acto terminó Calisto embarazada. Artemisa sorprendió a Calisto bañándose en un río y advirtió que su vientre había crecido. Artemisa le preguntó el motivo de ello y Calisto, a quien Zeus había seducido bajo la forma de la diosa, replicó que era culpa suya. Artemisa, enfadada por la respuesta, transformó a Calisto en osa y la expulsó de su cortejo. Arcas, el hijo de Calisto, fue dado por Zeus a la pléyade Maya para que lo criase. Años después, durante una cacería Arcas persiguió a la osa, sin reconocerla, hasta el santuario de Zeus, donde ningún mortal tenía permiso para entrar. Aquí Zeus interviene para evitar la desgracia y subió a ambos hasta las estrellas, Calisto es la Osa Mayor y Arcas la constelación de Boötes, el Guardián de la Osa, que hoy se le representa acompañado por dos perros de caza, la constelación de Lebreles. Se cuenta que esta constelación de la Osa Mayor siempre órbita alrededor del cielo sin bajar nunca del horizonte porque Tetis, esposa de Océano y niñera de Hera, prohibió que se sumergiese en el mar, pues odiaba la intrusión de Calisto en el lecho de su ahijada. Esto explicaría por qué es circumpolar.

La historia de la seducción de Dánae es una de las más hermosas del abultado historial del dios transfigurado. Dánae era hija de Acrisio, rey de Argos, quien había sido avisado por un oráculo de que seria muerto por su propio nieto. Para intentar torcer la voluntad del destino, decidió poner fuera de toda posibilidad de galanteo a su hija. Así hizo, encerrándola en una torre de bronce, o en una cueva, según las distintas leyendas. Zeus, excitado sin duda por la dificultad, se transformó en una sutil lluvia de oro y consiguió su propósito, engendrando al buen Perseo quien, a la postre, sería causante involuntario de la muerte de Acrisio, al lanzar la jabalina, que, en lugar de probar la fuerza y destreza del joven, afirmaría el poder de los oráculos y la inexorabilidad del destino, utilizándole a él como un simple vehículo mortal de las decisiones del eterno Fatum.

Leda estaba casada con Tíndaro, rey de Esparta, y su matrimonio discurría con normalidad y sin sobresaltos. Al menos, hasta que se presentó ante la bella Leda un no menos hermoso cisne. La joven esposa se dejó embelesar con la graciosa ave, que no era otra cosa que un zoomórfico disfraz del astuto Zeus. De nuevo, Zeus obtuvo en su romance el éxito deseado y de esa unión la pareja no tuvo hijos, sino huevos: cuatro, para ser más exactos, y estos huevos se abrieron para dar vida a Cástor y Pólux por los varones y a Helena de Troya y Clitemnestra.

Ío era hija de Ínaco, un dios río, hijo del Océano, que fue juez en la disputa entre Hera y Poseidón, por ser alguien que no se oponía a los dioses no pudo dar respuesta y Hera ordenó que su hija Ío se convertiría en una de sus sacerdotisas vírgenes. Zeus, para fastidiar a su mujer se encaprichó con la joven, quien al final aceptó al dios, metamorfoseado en una densa niebla para tomarla. Pero como siempre ocurría con los amoríos del gran dios, de alguna forma llegaban a oídos de su celosa esposa Hera. Ante el peligro que la muchacha corría, Zeus decidió protegerla y convirtió a Ío en una ternera de una total y completa blancura, y juró a Hera que no había amado a tal animal nunca. Hera para probarlo le pidió que entonces se la regalara.

Zeus no tuvo opción, así Io paso a manos de la terrible diosa, quien la puso al cuidado de Argos, un monstruo de cien ojos. Zeus la visitaba esporádicamente en forma de toro para poder amarla, hasta que comprendiendo que el sufrimiento de Ío era demasiado decidió intervenir. Le pidió a Hermes que la liberara de su custodio Argos. Hermes durmió al pastor con la música de su flauta y luego mato al gigante de los cien ojos. Hera al ver muerto a Argos puso sus ojos en la cola del pavo real, que paso a convertirse en el animal sagrado de la diosa.

Sin embargo, Ío no quedó libre, porque Hera convencida de la traición de su marido, envío un tábano (mosca) agresivo e Ío desesperada empezó a correr por toda la costa de Europa, Asia hasta llegar a Egipto, donde recuperó su forma humana y tuvo un hijo de Zeus, Épafo. Tras varias aventuras para recuperar luego a su hijo, Ío se estableció en Egipto donde desposó a Telégono, el hijo menor de Circe y Odiseo; por su parte su hijo Épafo caso con Menfis una hija del Nilo.

En otra oportunidad Zeus estaba enamorado de Europa una princesa fenicia. Las fuentes difieren en los detalles acerca de su familia pero coinciden en que es fenicia, y de un linaje que descendía de la propia Ío. Zeus decidió seducirla y se transformó en un toro blanco y se mezcló con las manadas de su padre. Mientras Europa y su séquito recogían flores cerca de la playa, ella vio al toro y acarició sus costados y, viendo que era manso, terminó por subir a su lomo. Zeus aprovechó esa oportunidad y corrió al mar, nadando con ella a su espalda hasta la isla de Creta. Entonces reveló su auténtica identidad y Europa se convirtió en la primera reina de Creta. Hijos de esta relación fueron: Minos, Radamantis y Sarpedón. Los tres hermanos de Europa salieron en su búsqueda, Fénix regresó con sus padres y termino fundando Fenicia; Cílix, quien dio nombre a la región de Cilicia (actual Armenia) y Cadmo, quien llevó el alfabeto al continente griego, se estableció en Grecia.

En una de las aventuras más sonadas Zeus se convirtió en el vivo retrato de Anfitrión, esposo de Alcmena y rey de Tebas, para poder usurpar como marido la compañía de la gentil reina Alcmena. Anfitrión de Tebas, que había dejado su hogar para ir a la guerra contra Atenas volvió más tarde esa misma noche, y Alcmena quedó embarazada de gemelos. En la noche en que los gemelos nacieron, Hera, conociendo el adulterio de su marido, logró convencer a Zeus de que prestara un juramento según el cual el niño que naciera aquella noche miembro de la casa de Perseo sería un gran rey. Una vez Zeus hubo jurado, Hera corrió a la casa de Alcmena y demoró el parto sentándose con las piernas cruzadas y las ropas atadas con nudos. Al mismo tiempo, su hija Ilitia/Lucina provocaba que su primo Euristeo naciese prematuramente, haciendo así que fuese rey en lugar de Heracles.

Alcmena mientras estaba en un trabajo de parto que no terminaba y podía morir; Galantis la sirviente de Alcmena que asistía al parto y pide ayuda a Ilitia/Lucina y a Hera, pero esta última se niega; apretando más sus manos y cruzando sus piernas. Alcmena llena de dolor, maldijo los cielos estando casi al borde la muerte. Galantis observó a Ilitia/Lucina y dedujo los planes de Hera. Le dijo a la diosa que el niño ya había nacido, lo que la asustó tanto que saltó y abrió las manos, Hera desató así los nudos. Esto liberó a Alcmena, que pudo dar a luz. Galantis rió y ridiculizó a las diosas, siendo transformada en comadreja como castigo. Siguió viviendo con Alcmena tras su transformación. Alcmena dio a luz a los gemelos. Uno de los niños, Ificles, era mortal, mientras el otro era el semidiós Heracles, llamado inicialmente Alceo o Alcides.

Egina era una ninfa, esta nacida de Asopo, un río de Beocia. Zeus tuvo que ingeniarse un nuevo aspecto para eludir la celosa vigilancia del padre, pasando a ser una llama, tan ardiente como su pasión por la hermosa niña. Cuando la joven se acercó Zeus tomó la forma de un águila y raptó a Egina, llevándola a una isla del golfo Sarónico cerca de Ática llamada Enone o Enopia, y desde entonces por su nombre. El padre de Egina, Asopo, se enteró del rapto y corrió tras ellos, pero Zeus le arrojó su rayos, devolviéndolo a su cauce. Egina terminó dado a luz al hijo de Zeus, Eaco, que se convertiría en rey de la isla, y a su muerte en uno de los jueces del infierno, hunto con Minos y Radamantis.

Antíope era una hija del rey Nicteo de Tebas. Su belleza era tan extraordinaria que el mismo Zeus se fijó en ella, dejándola embarazada tras seducirla tomando forma de sátiro. Sin embargo, Antíope tuvo que huir de la cólera de su padre, que no creía que el amante de su hija fuera el rey de los dioses y la acusaba de blasfemia. Luego la historia adquiere matices de tragedia griega; Antíope se refugia en la corte de Epopeo, rey de Sición, con quien casa. Pero se inicia una guerra entre las dos ciudades y Nicteo resulta herido, pero antes de morir encargó a su hermano Lico que castigase el crimen de su hija. Lico usurpó el trono de Tebas y cumplió el encargo de su hermano, y tras la muerte de Epopeo logra capturar a Antíope y llevarla de vuelta a la capital beocia. En el camino de regreso a Tebas Antíope dio a luz los dos gemelos que había tenido de Zeus, que se llamarían Zeto y Anfión.

Antíope entregada en custodia a Dirce, la esposa de Lico, sufrió los tratos más inhumanos durante muchos años, hasta que la encerró en una celda oscura y le privó incluso de agua para beber. Pero la cautiva logró escaparse, huyendo donde vivían sus hijos. Éstos juraron vengar a su madre, destronaron a Lico y ataron a Dirce a un toro que la arrastró hasta matarla. Hechos que encolerizaron a Dioniso, del que Dirce era sacerdotisa. El dios del vino enloqueció a Antíope, que recorrió toda Grecia hasta que encontró a Foco, que no sólo la curó, sino que además se casó con ella. Cuando murió, Antíope fue enterrada en la misma tumba que su esposo Foco. Sus hijos no tuvieron mejor suerte.

Finalmente como águila Zeus sedujo al príncipe troyano Ganimedes; que fue secuestrado en el monte Ida de Frigia. Ganimedes pasaba allí el tiempo de exilio al que muchos héroes se sometían en su juventud, cuidando un rebaño de ovejas o, alternativamente, la parte rústica o ctónica de su educación, junto con sus amigos y tutores. Zeus lo vio, se enamoró de él casi instantáneamente, transformándose en águila él mismo y lo llevó al monte Olimpo.

En el Olimpo, Zeus hizo a Ganimedes su amante y copero, suplantando a Hebe. Todos los dioses se llenaron de gozo al ver la belleza del joven, salvo Hera, la esposa de Zeus, que lo trató con desprecio. Más tarde Zeus ascendió a Ganimedes al cielo como la constelación Aquarius, que todavía hoy está relacionada con el águila en la vecina constelación de Aquila.

Hijos de la Noche (20) Moros (Morus/Fatum) La sentencia/el destino.

Moros es el espíritu (daimon) del destino. Él era la fuerza que manejaba al hombre hacia su destino. En cierto sentido él también era el espíritu de la depresión. Esquilo describe cómo Prometeo ahorró a la humanidad de la miseria de ver la sentencia de los dioses con el regalo de esperanza. Los hermanos de Moros (Tanatos y Keres) representan los aspectos físicos de la muerte y parten a buscar a los anotados en el libro de los muertos. Relacionado con las Moiras (las Parcas romanas) es el dios que decide el destino, nada pude con el escriba de los infiernos que anota en su libro de hierro el destino de los nacidos (hombres y dioses) y el momento de su final.

Etimológicamente, la palabra latina «Fatum», significa oráculo, vaticinio, predicción y su plural fata (los destinos) evoluciono a un termino femenino que en español es hada; así, como en los cuentos, las hadas no siempre entregan dones, sino también marcan el destino de los héroes y heroínas, de esta palabra deriva el término español de fatalidad.

Las grandes tragedias griegas se inspiran en los designios de este dios, Zeus mata a su primera mujer Temis (la sabiduría), quien profetizó a Zeus que daría a luz una hija y después un hijo que estaría destinado a gobernar el mundo. Por esto Zeus la devoró cuando estaba embarazada de Atenea, y más tarde él mismo dio a luz a la hija de ambos, Atenea.

La nereida Tetis (no confundir con una titanide de igual nombre esposa del Oceano) fue deseada por múltiples dioses, pero el destino dijo que el hijo de esta diosa será más grande que el padre, ante ellos los dioses desisten de ser amantes de la ninfa de las aguas y la casan con un mortal (Peleo), de quien nacerá uno de los más grandes héroes griegos, Aquiles.


Dánae había sido encerrada por su padre, Acrisio, en una torre, para impedir que tuviera trato con un varón, ya que un oráculo había anunciado a Acrisio que moriría a manos de su nieto. Sin embargo, Zeus se metamorfoseó en lluvia de oro y consiguió acceder a la estancia de Dánae y dejarla encinta. Dánae engendró a Perseo y, al enterarse, Acrisio los arrojó al mar en un cofre. Perseo ya hombre y tras múltiples aventuras decide regresar a Argos. Acrisio se entera de que su nieto viaja para encontrarse con él y pone tierra de por medio. Cuando Perseo llega, no lo encuentra. Está en un reino vecino, Larisa, presenciando unos juegos. Perseo lo sigue. Una vez allí, los organizadores le proponen participar en los juegos. Perseo accede a participar en lanzamiento de disco. Cuando lo tira, lo hace con tan mala fortuna que golpea a Acrisio en el centro del pecho y lo mata, cumpliéndose así la profecía.

Quizás la más famosa tragedia de estos hados del destino es la historia de Edipo. Siendo aún niña, Yocasta casó con Layo (rey de Tebas) del cual tuvo un hijo. Un oráculo anunció a Layo que su propio hijo lo mataría, por eso éste mandó matar a su hijo y echarlo a las fieras, pero Yocasta no llevó a cabo la orden de su marido. El Rey de Corinto acogió al hijo de Layo y lo crió como si fuera su propio hijo. Le llamó Edipo. Más tarde, Edipo abandonó Corinto para dirigirse a Tebas (tras conocer de los oráculos que su destino era matar a su padre,  Edipo creía que el rey de Corinto era su padre) y en un incidente en el camino, mató a su verdadero padre, Layo, los pobladores de Tebas, liberados del dictador, conceden a Edipo el reino y este se casa con su madre. Cuando se descubre la verdad, que es el asesino de su verdadero padre y el esposo de su madre, Yocasta se suicida y Edipo se ciega a sí mismo, pidiendo su destierro a Creonte, hermano de Yocasta.

Friedrich Nietzsche (1862) nos cuenta como la voluntad de los hombres lucha contra Moros (fatum) así de Libertad de la voluntad y del fatum nos dice:

La libertad de la voluntad, que en sí misma no es otra cosa que libertad del pensamiento, está limitada de la misma manera que la libertad de pensar. El pensamiento no puede ir más allá del horizonte hasta el que se extienden las ideas; sin embargo, éste se basa en las percepciones que se van adquiriendo y puede ampliarse conforme lo hace. Asimismo, la libertad de la voluntad puede expandirse también hasta ese mismo punto, si bien, dentro de tales confines, es ilimitada. Otra cosa distinta es el obrar de la voluntad; la facultad de hacerlo se nos impone de manera fatalista.

En la medida en que el fatum se le aparece al hombre en el espejo de su propia personalidad, la libre voluntad y el fatum individual son dos contrincantes de idéntico valor. Nos encontramos con que los pueblos que creen en un fatum destacan por su fortaleza y el poder de su voluntad, y que, en cambio, hombres y mujeres que dejan fluir las cosas tal y como van, ya que «lo que Dios ha hecho bien hecho está», se dejan llevar por las circunstancias de manera ignominiosa. En general, «la entrega a la voluntad de Dios» y la «humildad» no son más que las coberturas del temor de asumir con decisión el propio destino y enfrentarse a él.

Ahora bien, por más que se nos aparezca el fatum en su condición de delimitador último como más potente que la libre voluntad, no debemos olvidar dos cosas: la primera, que fatum es tan sólo un concepto abstracto, una fuerza sin materia, que para el individuo sólo hay un fatum individual, que el fatum no es otra cosa que una concatenación de acontecimientos, que el hombre determina su propio fatum en cuanto que actúa, creando con ello sus propios acontecimientos, y que éstos, tal y como conciernen al hombre, son provocados de manera consciente o inconsciente por él mismo, y a él deben adaptarse. Pero la actividad del hombre no comienza con el nacimiento, sino ya en el embrión y quizá también -quien sabe-, mucho antes en sus padres y sus antepasados. Todos vosotros, que creéis en la inmortalidad del alma, tendréis que creer primero en su preexistencia, si es que no deseáis hacer que algo inmortal surja de lo mortal; también habréis de creer en esa especie de existencia del alma si es que no queréis hacerla flotar por los espacios hasta que encuentre un cuerpo a su medida. Los hindúes dicen que el fatum no es otra cosa que los hechos que hemos llevado a cabo en una condición anterior de nuestro ser.

¿Cómo podrá refutarse el argumento de que no se haya obrado ya con conciencia desde la eternidad? ¿Desde la conciencia aún sin desarrollar del niño? Aún más, ¿no podremos afirmar que nuestra conciencia está siempre en relación con nuestras acciones? También Emerson dice:

«El pensamiento siempre se halla unido
a la cosa que aparece como su expresión»

¿Puede afectarnos una nota musical sin que exista en nosotros algo que le corresponda? O, dicho de otro modo: ¿podremos captar una impresión en nuestro cerebro si éste no posee ya la capacidad de recibirla?

La voluntad libre tampoco es, a su vez, mucho más que una abstracción, y significa la capacidad de actuar conscientemente, mientras que, bajo el concepto de fatum, entendemos el principio que nos dirige al actuar inconscientemente. El actuar en sí y para sí conlleva siempre una actividad del alma, una dirección de la voluntad que nosotros mismos no tenemos por qué tener ante nuestros ojos como un objeto. En el actuar consciente podemos dejarnos llevar tanto más por impresiones que en el actuar inconsciente, pero también tanto menos. Ante una acción favorable suele decirse: «me ha salido por casualidad». Lo cual no necesita en absoluto ser verdadero. La actividad psíquica prosigue su marcha siempre con la misma intensa actividad, aun cuando nosotros no la contemplamos con nuestros ojos espirituales.

Es como si, cerrando los ojos a la luz del sol, opinásemos que el astro ya no sigue brillando. Sin embargo, no cesan ni su luz vivificante ni su calor, que continúan ejerciendo sus efectos sobre nosotros, aunque no los percibamos con el sentido de la vista.

Así pues, si no asumimos el concepto de acción inconsciente como un mero dejarse llevar por impresiones anteriores, desaparece para nosotros la contraposición estricta entre fatum y libre voluntad y ambos conceptos se funden y desaparecen en la idea de individualidad.

Cuanto más se alejan las cosas de lo inorgánico y más se amplía la formación y la cultura, tanto más sobresaliente se hace la individualidad y tanto más ricas y diversas son sus características. ¿Qué son la fuerza interior y la autodeterminación para el actuar y las manifestaciones exteriores -su palanca evolutiva-, sino voluntad libre y fatum?

En la voluntad libre se cifra para el individuo el principio de la singularización, de la separación respecto del todo, de lo ilimitado; el fatum, sin embargo, pone otra vez al hombre en estrecha relación orgánica con la evolución general y le obliga, en cuanto que ésta busca dominarle, a poner en marcha fuerzas reactivas; una voluntad absoluta y libre, carente de fatum, haría del hombre un dios; el principio fatalista, en cambio, un autómata.


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Referencia de Friedrich Nietzsche aquí