Piel de Gato – Joseph Jacobs

Bueno, hubo una vez un caballero que tenía buenas tierras y muchas casas, y muchas ganas de tener un hijo fuera heredero de ellas. Así que cuando su mujer le dio una hija, bella, bella como se podría ser, no le importó nada, y dijo: ―No dejen que le vea nunca la cara―.

Así creció la buena niña, aunque su padre nunca puso sus ojos en ella hasta que tuvo quince años y estaba lista para casarse. Ahí su padre dijo: ―Vamos a casarla a ella con el primero que venga a pedirla―.

Y cuando esto se supo, el primero que vino a pedirla fue un viejo desagradable y bruto. Entonces ella no supo qué hacer y se fue donde la mujer que cuidaba las gallina y le pidió su consejo. La señora le dijo: ―Diga que no ira a menos que le den un traje hecho de hilos de plata.― Bueno, ellos le dieron un vestido hecho de hilos de plata, pero ella no partió, pero fue de nuevo a la señora de las gallinas, quien dijo: ―Di que no ira a menos que le den un traje con hilos de oro.― Bueno, ellos le dieron una capa de hilo de oro, pero ella no partió, fue donde la señora de las gallinas, quien le dijo: ―Di que no ira a menos que le den una capa de plumas de todos los pájaros del cielo.― Así que enviaron a un hombre con un gran montón de guisantes, y el hombre gritó a todas las aves del cielo, ―Cada ave que tome un guisante, deje una pluma―. Así que cada ave tomó un guisante, dejó una de sus plumas. Y se llevaron todas las plumas y una capa hecha de ellas y se le dio a la joven, pero ella no partió, y habló a la señora una vez más, quien le dijo: ―Diga que primero deben hacerle una capa con pieles de gato―. Así que ellos le trajeron a ella una capa de pieles de gato, y ella se la puso, y ató sus otros vestidos y echó a correr hacia el bosque.

Así caminó largo y largo y largo tiempo, hasta que llegó a la final del camino, y vio a un hermoso castillo. Y allí escondió sus vestidos finos, y se acercó a las puertas del castillo y pidió trabajo. La señora del castillo la vio, y le dijo: ―Lo siento, no hay lugar mejor, pero si lo desea, puede ser nuestro pinche de cocina―.
Así que por ella fue a la cocina, y la llamaron “Piel de Gato”, a causa de su vestido. Pero la cocinera era muy cruel con ella y ella llevó una vida triste.

Ocurrió poco después de que el joven señor del castillo volvía a casa, y se iba a hacer ser un gran baile en honor de la ocasión. Y cuando se hablaba de ello entre los siervos:
―¡Dios mío, ―dijo, la cocinera, y Piel de Gato dijo―: lo mucho que me gustaría ir.
―¡Cómo! descarada perra sucia ―, dijo la cocinera,― ¡Cómo usted va a estar entre todos los señores y las señoras de bien con su piel de gato sucia. Un buen papel haría!― Y con eso ella tomó un recipiente con agua y se lo lanzó a la cara de Piel de Gato. Pero ella sólo sacudió con fuerza las orejas, y no dijo nada.

Cuando el día de la celebración llegó Piel de Gato salió de la casa y se acercó al borde del bosque, donde había escondido sus vestidos. Así que se bañó en una cascada de cristal, y luego se puso el traje de tela de plata, y se apresuró hacia el salón. Tan pronto como entró en todas fueron vencidos por su belleza y gracia, mientras que el joven señor a la vez perdió su corazón por ella. Él le pidió que fuera su pareja durante el primer baile, y él no quiso bailar con ninguna otra en la noche interminable.

A la hora de separarse llegó, el joven señor dijo: ―Dígame, por favor, hermosa doncella, donde usted vive.― Sin embargo, Piel de Gato hizo una reverencia y dijo:

―Señor, si la verdad debo decir, en la cuenca con agua yo habito. ―

Luego salió del castillo y se puso su capa de piles de gato de nuevo, y se metió en la despensa sin que lo supiera la cocinera.

El joven señor se fue al día siguiente de su madre, la señora del castillo, y declaró que se casaría pero sólo con la dama del vestido de plata, y no descansaría hasta que él la hubiera encontrado. Así que otra fiesta se arregló pronto con la esperanza de que la hermosa doncella volviera a aparecer. Así Piel de Gato dijo a la cocinera: ―¡Oh, cómo me gustaría ir!―

Después de lo cual la cocinero gritó con rabia: ―¡Qué, tu, tu puta descarada y sucia! Un buen papel haría entre todos los señores y las señoras bien. ―Y con eso ella lanzó una cuchara y que golpeó por la espalda a Piel de gato. Pero ella se limitó a mover las orejas, y se fue corriendo al bosque, donde en primer lugar, se bañaba, y luego se puso el vestido de hilos de oro, y fue ella a la sala de baile.

Tan pronto como entró todos los ojos estaban fijos en ella, y el joven lord pronto la reconoció como la señora de la “Cuenca de Agua”, y reclamó la mano para el primer baile, y no la dejó hasta el final. Cuando este llegó, de nuevo le preguntó dónde vivía. Pero todo lo que dejo ella fue:

―Mi señor, si la verdad debo decir, donde cayó la cuchara rota yo habito. ―y con eso ella hizo una reverencia, y salió de la fiesta con su túnica dorada, se puso su piel de gato y entró en la despensa de la cocinero sin que ella supiera.

Al día siguiente, cuando el joven señor no podía encontrar dónde estaba el lugar de la «Cuenca del Agua», o de la― «cuchara rota», le suplicó a su madre a tener otro gran baile, para que pudiera ver a la hermosa doncella, una vez más.

Todo sucedió como antes. Piel de Gato dijo a la cocinera lo mucho que le gustaría ir al baile, la cocinera la llamó ―puta sucia―, y le rompió el batidor en la cabeza. Pero ella se limitó a mover las orejas, y se fue al bosque, donde primero se baño en la primaveral laguna de cristal, y luego se puso su traje de plumas y fue al salón de baile.

Cuando entró en todo el mundo estaba sorprendido de tan hermosa cara y vestido de forma tan rica y rara, pero el joven lord dio cuenta pronto de su hermosa novia y no quiso bailar con nadie más que ella toda la noche. Cuando la fiesta llegó a su fin, él la apremió para decirle dónde vivía, pero fue todo lo que respondía:

―Tipo señor, si la verdad debo decir, donde el batidor rota yo habito, ―y con que ella hizo una reverencia, y salió al bosque. Pero esta vez el joven señor la siguió y la vio cambiar su bonito vestido de plumas de su vestido pieles de gato y luego entraba a su propio abarrote de limpieza.

Al día siguiente se fue donde su madre, la señora del castillo, y le dijo que deseaba casarse con la fregona, Piel de Gato. ―Nunca― dijo la dama, y salió corriendo de la habitación. Bueno, el joven lord se entristeció de modo que cayó en su cama y se puso muy enfermo. El médico trató de curarlo, pero él no quiso tomar ningún medicamento a menos que fuera de la mano de piel de Gato. Así que el doctor fue donde la señora del castillo, y le dijo que su hijo iba a morir si ella no dio su consentimiento para su matrimonio con Piel de Gato. Así, tuvo que ceder, y llamó a Piel de Gato ante ella. Ella se puso el traje de hilos de oro, y se dirigió ante la dama, que pronto se alegró de casar a su hijo con tan hermosa doncella.

Bueno se casaron, y después de un tiempo un querido hijo se les llegó a ellos, y creció un muchacho hermoso, y un día, cuando tenía cuatro años, una mendiga llegó a la puerta, la Señora Piel de Gato dio algo de dinero al pequeño niño y le dijo ir y dárselo a la mujer mendigo. Así que él fue y se lo dio, la mujer se inclinó, agarró la mano del niño y beso al pequeño lord. Ahora, la vieja y mala cocinera, qué no lo había sido despedida y estaba mirando dijo: ―Sólo faltaba ver cómo mocosos y mendigos se ayudan el uno al otro―. Este insulto fue al corazón de Piel de Gato, así que se fue donde su marido, el joven lord, y le contó todo sobre su padre, y le pidió ir a averiguar qué había sido de sus padres. Así que partieron en el gran coche del señor, y viajaron a través del bosque hasta que llegaron a la casa del padre de Piel de Gato, y se alojaron en una posada cerca, donde Piel de Gato se detuvo, mientras que su marido fue a ver al padre de la propia.

Ahora su padre, que nunca había tenido otro hijo y su esposa había muerto, estaba solo en el mundo abatido y miserable. Cuando el joven señor llegó apenas levantó la vista, hasta que vio una silla junto a él, y le preguntó: ―¿Por favor, señor, no tuvo una vez una pequeña hija a quien nunca quiso ver o querer?

El anciano dijo: ―Es cierto, yo soy un pecador endurecido. Pero yo daría todos mis bienes terrenales, pero si pudiera verla una vez antes de morir. ―Entonces el joven señor le contó lo sucedido a piel de Gato, y la llevó a la posada, y trajo a su suegro a su castillo, donde vivieron felices para siempre después.

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