Rey Thrushbeard – Jacob y Wilhelm Grimm (Alemania 1812/1819)

Un rey tenía una hija que tan bonita, más allá de toda medida, pero al mismo tiempo tan orgullosa y arrogante que ningún aspirante era lo bastante bueno para ella. Ella rechazó uno tras otro, ridiculizándolos también.

Una vez el rey patrocinó una gran fiesta e invitó a los hombres que quieren casarse de reinos lejanos y cercanos. Todos fueron puestos en línea. Primero los reyes, entonces los grandes duques, los príncipes, los condes, los barones, y la aristocracia. Entonces la hija del rey pasó a través de la línea, pero ella objetó a cada uno. Uno era demasiado gordo —El barril de vino—, ella dijo. Otro era demasiado alto —Delgado y alto, no es bueno en absoluto.— El tercio era demasiado corto —Corto nunca es rápido—. El cuarto estaba demasiado pálido —tan pálido como la muerte—. El quinto demasiado rojo —parece corona de gallo—. El sexto no era lo bastante recta —parece madera verde secada detrás de la estufa—.

Y así ella alguna objeción encontró a cada uno, pero ella ridiculizó a un buen rey bueno que estaba de pie al final de la fila sobre todo, a quien la barbilla había crecido un poco curvada.

—¡Parezca!— ella clamó, riéndose,— Él tiene una barbilla como el pico de un tordo—. Y desde entonces lo llamó Thrushbeard (barbilla de tordo).

El viejo rey, viendo que su hija ridiculizaba nada más que a las personas, burlándose de todos los aspirantes reunidos allí, se puso muy enfadado, y juró que ella tendría por marido a primero mendigo que tocara a su puerta.

Después unos días un trovador vino y cantó bajo la ventana, intentando ganar una pequeña propina.

Cuando el rey lo oyó dijo, —Permítale entrar.

Así que el trovador, en su ropa sucia y rota, entró y cantó ante el rey y su hija, y cuando hubo acabado que él pidió un pequeño regalo.

El rey dijo, —me gustó su canción tanto que yo le daré mi hija por esposa.—

La hija del rey miró aterrada, pero el rey dijo,— yo jure darla al primer el mendigo, y yo lo mantengo.—

Sus protestas no ayudaron. El sacerdote fue llamado, y ella tuvo que casarse con el trovador en seguida. Después de eso el rey dijo, —no es apropiado para usted, la esposa de un mendigo, ya quedarse en mi palacio. Todos que usted puede hacer ahora es marcharse con su marido—.

El mendigo la llevó fuera por la mano, y ella tuvo que salir con él, caminando de pie.

Ellos llegaron a un gran bosque y ella preguntó, —¿Quién posee este bonito bosque?—.

—Pertenece al Rey Thrushbeard. Si usted lo hubiera escogido, sería suyo.

—Oh, yo soy cosa miserable; Si sólo yo hubiera escogido al Rey Thrushbeard.

Después ellos cruzaron un prado, y ella preguntó de nuevo, —¿Quién posee este prado verde bonito?—.

—Pertenece a rey Thrushbeard. Si usted lo hubiera escogido, sería suyo.

—Oh, yo soy cosa miserable; Si sólo yo hubiera escogido al Rey de Thrushbeard.

Entonces ellos atravesaron un pueblo grande, y ella preguntó de nuevo, —¿Quién posee este pueblo grande y bonito?—.

—Pertenece a rey Thrushbeard. Si usted lo hubiera escogido sería suyo.—

—Oh, yo soy cosa miserable; Si sólo yo hubiera escogido al Rey Thrushbeard.

—No me gusta que usted esté deseando siempre para otro marido, —dijo el trovador—. ¿No soy lo bueno bastante para usted?

Por fin ellos llegaron a una choza muy pequeña, y ella dijo, —Oh bondad. Esa es una pequeña casa. ¿Quién posee esta choza diminuta miserable?—.

El trovador contestó, —Ésta es mi casa y suya, dónde nosotros viviremos juntos—.

Ella tuvo que inclinarse para entrar por la baja puerta.

—¿Dónde están los sirvientes? — dijo a la hija del rey.

—¿Qué sirvientes? —le contestado al mendigo—. Usted debe hacer todo usted si quiere algo hecho. Ahora haga fuego en seguida y ponga un poco de agua a hervir, para que usted pueda cocinarme algo que comer. Yo estoy muy cansado—.

Pero la hija del rey no sabía nada sobre encender fuegos o cocinar, y el mendigo tuvo que prestar una mano para conseguir que algo fuera hecho. Cuando ellos habían terminado su comida escasa se acostaron. Pero él le hizo levantarse muy temprano la siguiente mañana para hacer los quehaceres domésticos.

Durante unos días ellos vivieron de esta manera, como ellos pudieron, pero las provisiones se acabaron finalmente.

Entonces el hombre dijo, —la Esposa, nosotros no podemos seguir comiendo y bebiendo aquí y no ganando nada. Usted debe tejer cestos.— Él salió, cortó algunos sauces, y les trajo casa. Entonces ella empezó a tejer las cestos, pero los sauces duros cortaron en sus manos delicadas.

—Yo veo que esto no sirve, —dijo el hombre—. Usted puede hilar. Quizás usted pueda hacer ese bien.— Ella se sentó e intentó hilar, pero el hilo duro cortó pronto en sus dedos suaves hasta que ellos sangraran.

—Vea, —dijo al hombre—. Usted no es buena para ningún de trabajo. Yo hice un mal negocio con usted. Ahora yo intentaré empezar un negocio de venta de ollas y alfarería. Usted debe sentarse en el mercado y debe venderlas.

«¡Oh!» ella pensó. «¡Si las personas del reino de mi padre vienen al mercado y me ven sentada vendiendo trastos allí, cómo me ridiculizarán!»

Pero sus protestas no ayudaron. Ella tuvo que hacer lo que su marido exigió, a menos que ella deseara morirse de hambre.

Al principio le fue bien. Las personas compraron las mercancías de la mujer porque ella era bonita, y ellos le pagaron cualquier cosa que ella pidiera. Muchos igualan le daban dinero y le permitían guardar las ollas. Así que ellos se mantuvieron en lo que ella ganaba. Entonces el marido compró mucha nueva alfarería. Ella se sentó en la esquina del mercado y lo dispuso para la venta. Pero de repente vino un húsar ebrio que galopaba y montó derecho sobre las ollas, rompiéndolas en mil pedazos. Ella empezó a llorar, y tuvo el tanto miedo que ella no supo qué hacer.

—¡Oh! ¿Qué pasará a mí? —ella lloró—. ¿Qué mi marido dirá sobre esto? —Ella corrió a casa y contó el infortunio.

—¿Quién se sentaría en la esquina de un mercado con alfarería? —dijo el hombre—. Ahora pare sus gritos. Ya veo muy bien que usted no sirve para ningún trabajo ordinario. Yo estuve en el palacio de nuestro rey y le pregunté si ellos podían usar una sirvienta de la cocina. Ellos me prometieron tomarla. A cambio usted podrá traer la comida gratuitamente.

Ahora la hija del rey se hizo sirvienta de la cocina y tenía que estar disponible para el cocinero, y para hacer el trabajo más sucio. En cada uno de sus bolsillos ella ató un pequeño frasco en que ella llevaba a casa su porción de sobrantes. Y esto es de lo que ellos vivieron.
Pasó que la boda del mayor hijo del rey sería celebrada, así que la pobre mujer pobre no se resistió y se asomo por la puerta del vestíbulo para mirar. Cuando todas las luces fueron encendidas y las personas, cada uno más bonita que la otra entraban, todos estaban llenos de pompa y esplendor, ella pensó sobre su condición con un corazón triste, maldijo su orgullo que la había humillado y la habían llevado a tal pobreza.

El olor de los platos deliciosos en que estaban repartiéndose la lleno y de vez en cuando los sirvientes le tiraban unos trozos que ella puso en su frasco para llevar a casa.

Entonces de repente el hijo del rey entró, vestido en terciopelo y seda, con cadenas de oros alrededor de su cuello. Cuando él vio a la bonita mujer que está de pie en la puerta, la tomó por la mano y quiso bailar con ella. Pero ella se negó y tuvo miedo, porque ella vio que él era el Rey Thrushbeard, el aspirante quien ella había rechazado con desdén.

Sus forcejeos no ayudaron. Él la llevó al vestíbulo. Pero el cordón atado a sus bolsillos se rompió, y las ollas cayeron al suelo. La sopa corrió fuera y los trozos volaron por todas partes. Cuando las personas vieron esto, todos se rieron y la ridiculizaron. Ella estaba tan avergonzada que ella habría deseado estar a mil brazas bajo la tierra. Ella saltó fuera la puerta y quiso correr lejos, pero un hombre la dio alcance en los escalones y la detuvo. Y cuando ella lo miró era de nuevo el Rey Thrushbeard.

Él le dijo amablemente, —no tenga miedo. Yo y el trovador que hemos estado viviendo con usted en esa choza miserable somos el mismo. Por amor a usted me disfrace. Y yo también era el húsar que rompió su alfarería en mil pedazos. Todos esto fue hecho para humillar su espíritu orgulloso y castigar la arrogancia con que usted me ridiculizó.—

Entonces ella lloró amargamente y dijo, —yo estaba muy equivocada y no soy digna de ser su esposa.—

Pero él dijo, —Confortese. Los días malos han pasados. Ahora nosotros celebraremos nuestra boda—.

Entonces unas sirvientas vinieron y la vistió con la ropa más espléndida, y su padre y su corte entera vinieron y le desearon felicidad en su matrimonio con el Rey Thrushbeard, y su verdadera felicidad sólo empezaba ahora.

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