Último viaje a Irlanda – Cuentos recopilados por Paula Ruggeri.

Angus Ryan no creía en las banshees. Era muy pequeño la vez que escuchó a una banshee y no podía recordarlo. Eso fue inmediatamente antes de la muerte de su padre. Recordaba vagamente un rostro pálido asomado por la ventana, pero creía que había sido una pesadilla infantil. Poco tiempo después, fue llevado con un tío londinense y, muy alejado de los días celtas, creció al lado de un abogado notoriamente incrédulo. Tuvo una niñera, pero era francesa. Así era muy difícil que el niño Ryan conociera las tradiciones de su tierra de origen. A los 16 años, era la mano derecha de su tío; a los 20, lo suplantaba en casi todo; a los 21 su tío enfermó gravemente.

La casa dormía cuando Angus se despertó por un llanto abrumador. Entonces se levantó y mandó a su sirviente a echar a esa llorona de su puerta. Fue inútil, la mujer no se dejaba ver, pero el llanto continuaba. Hacia la madrugada, las noticias sobre el estado de su tío la hicieron olvidar a la mujer. A medía mañana, el tío expiró. Pocos días después, Angus se hizo cargo de su doble herencia, la fortuna de su tío y las tierras de su padre, la hacienda que dejara en el sur de Irlanda y de la que no tenía recuerdo. Partió hacia allí. El viaje fue por mar y tierra. En una posada del camino, sufrió una pequeña herida a la que no dio importancia: lo lastimó un clavo que sobresalía de una mesa. Sólo salió un poco de sangre; así prosiguió y llegó a esa casa que casi no recordaba. Cerca baja, observó con disgusto, suelo pedregoso; la construcción era más humilde de lo que se había imaginado. Y mendigas. Mujeres enlutadas que sollozaban un poco lejos, pidiendo, imaginó, lo que no pensaba dar. Unos gemidos irritantes y lastimosos que le causaron profundo enojo; pero cuando se volvió a gritarles algo desagradable, ya no estaban ahí. No son tontas, pensó. Esto le trajo el recuerdo de la muerte de su tío y la mendiga que lloró en la puerta toda la noche; la apartó del pensamiento con disgusto.

Entró en la antigua casa. Era de una rusticidad campesina irritante, colgaban tréboles y crucifijos por todas partes; sus padres debieron ser supersticiosos, pensó. Pero los tierras eran buenas. No pensaba pasar la noche allí, pero sintió un fuerte dolor de cabeza, que atribuyó a ese llanto insistente. La casa la ocupaba un viejo sirviente que no servía para nada y que sólo lo miraba como si viera a un fantasma, tal vez creyera que era el vivo retrato de su padre o alguna estupidez semejante.

Al cabo de unas horas, la molestia fue mayor, los gemidos era más insistentes. Angus Ryan exigió al sirviente que se deshiciera de las mendigas, pero el viejo, con la cara demudada por el espanto, miraba la ventana detrás de él. Angus volvió la cabeza y, aun carente de superstición, no puedo evitar un estremecimiento. Tres rostros pálidos y demacrados lloraban y lo miraban.

— ¡Échalas! —grito Angus—. ¡Échalas ahora!

— Es inútil, señor. A ellas no se las puede echar.

— Pero, ¿quienes son?

Su frente se hallaba sudorosa y sentía tan mareo que se sentó. La cabeza le daba vueltas, los oídos le zumbaban, se hallaba muy cansado, cuando le viejo le dijo: —Banshees señor. Son ellas. Voy a buscar un sacerdote.

— Tonterías —alcanzó a decir Angus Ryan antes de morir. Sólo entonces ellas callaron.

REFERENCIA

Paula Ruggeri. (2004/2005) «EL GRAN COMPENDIO DE LAS CRIATURAS
FANTáSTICAS». «Ultimo Viaje a Irlanda» p.45-46.
Circulo Latino S.L. Editorial. Barcelona España.