Andrómeda y Perseo.

11 Octubre 2007

Ella miraba las olas revueltas a su alrededor, el dragón marino pronto entraría por la bahía. Encadenada a aquella roca, prefirió no llorar, ni gritar; era una hija de reyes, no una sirvienta cualquiera. Su sacrificio calmaría la furia de los dioses del mar, la paz y prosperidad volverían a su reino. Esperó con los ojos cerrados ese final violento que le deparaba el destino; un largo silenció se produjo, escuchó que las aguas se calmaban. Extrañada abrió sus ojos. Frente a ella, un hombre joven se le acercaba con un largo puñal; él desnudo, sólo llevaba atado a la cintura un sacó que sangraba. Cerró los ojos nuevamente esperando que se tratara de alguien que venía a ayudarla a pasar al nuevo mundo sin el dolor de ser destrozada a mordiscos por la bestia; su alma llegaría entera y no en pedazos al reino de Hades. Escuchó un chirrido y las cadenas que la ataban cayeron sonoramente sobre la roca. Abrió nuevamente sus ojos, fue cuando contemplo, detrás del hombre, un enorme dragón vuelto de piedra. Supo, en ese instante, que aquel nudista le había quitado su único momento de gloría.