Cuernos bien llevados

22 Octubre 2007

El haberse casado con Rolando, un casi cincuentón, le había pesado mucho a Anita. Ella con sus veintidós años anhelaba algo más que besos y caricias. Finalmente se atrevió y le puso los cuernos al marido y un día que estaba bien molesta se lo dijo en la cara. El marido no dijo nada, sólo sonrió. Furiosa ante la falta de respuesta del yermo estéril de su marido, se lanzó en brazos de cuanto tipo guapo paso frente a ella. Las cabezas rodaron ante sus bellos y cremosos muslos, sus grandes y duros senos, no hubo hombre que se resistiera. Eso hasta que se cruzo frente a ella Andrés. Desde que conoció a este rubio tigre germano, con sus treinta bien llevados, no hubo otro que le importara y como cazador tras su presa se abalanzó sobre aquel espécimen. Tras muchas indirectas y al final una bien directa, Andrés le respondió.

—Niña, usted es muy linda y me fascinaría, para variar, acostarme entre esos deliciosos senos; pero Rolando no me deja, ni siguiera, hacer un trío con uno de mi propio sexo.