De amores y otras cosas

23 Octubre 2007

Eros, el amor, a tomado muchas formas, se sabe que los primeros que se amaron fueron Gea y Urano al surgir de las aguas de caos. Eros vago sin forma durante milenios, hasta que finalmente vio su oportunidad, una joven diosa algo libertina y un joven dios algo salvaje y violento, esos eran buenos para ser sus padres. Amor y guerra juntos, que mejor combinación, claro que para lograr que se unieran no fue fácil.

1.- AFRODITA

Afrodita había ganado la contienda. Sus rivales, Hera y Atenea, se retiraban ya sin alegar más nada. No fueron suficiente incentivo, para aquel mortal, prometerle reinar en naciones o hacerle el general más grande, para que les diera a alguna de ellas la manzana dorada. Ambas habían entendido que sí los favores de un hombre quieres ganar, el sexo es la mejor arma.

—Te imaginas a la más bella, casada con el más feo, que hermosa pareja serían —Atenea dijo a la otra derrotada.

—¡Oh! ¡Qué castigo más brillante! ¡La más bella sería eclipsada siempre por su poco agraciado marido! —dijo en respuesta la reina de los dioses.

Así fue como Hera decidió casar a su hijo mayor, con la ahora más bella de las diosas. Afrodita protestó ante su padre, el todopoderoso Zeus, pero él ya había dado el consentimiento de la boda, la otra noche en la cama. Ya había aprendido Hera, que el sexo es la mejor arma.

Casada a la fuerza, pronto descubrió la más bella, que el más feo, era ignorante en cosas del amor. Así que ella decidió retomar su vida como si aquel esposo no existiera. Al final el pobre supo; vinieron el escándalo y las burlas. Pero Afrodita, para tranquilizar a su marido, le prometió, como si nada, un día completo de pasión una vez al año. Total, ella sabía mejor que nadie que el sexo es la mejor arma.

2.- ARES.

Miraba complacido el joven las largas piernas de la diosa más bella, sus senos perfectos, su rubia melena, sus labios rojos y sus ojos azules como el cielo; que perfecta estampa, incluso para una diosa, tentó con su mano la tersa piel cual crema, agarró entre ambas los senos y se zambullo cual pez entre ellos, bajó por el firme abdomen hacía el punto de encuentro de las bellas piernas. No supo más nada, algo por encima de sus instintos lo gobernaba. Ni siguiera se dio cuenta de la red que los envolvió a ambos y que cayo del cielo. No supo de los otros que estaban presente, ni escuchó las risas de los que los observaban. Cuando por fin soltó su ímpetu adolescente dentro de la mujer de su hermano, fue cuando contempló la terrible escena. A la diosa más bella no se acercó en muchos meses, esta oculta permaneció; seguramente su hermano la encerró para evitar nueva burla y engaño. Él no recordó que impulso se le metió en aquello que tiene entre las piernas. Nunca volvió a tener tal deseo. No supo el joven que durante las tres cuartas partes de ese año, nacería el vástago de esa pasión incontrolada. Eros lo uso para encarnarse, pero en ese proceso su pasión paso a la diosa madre que lo engendró.

3.- HEFESTO.

Hefesto miraba que pronto el sol se ocultaría, desde la cueva de su fragua. Sabía que vería llegar al joven Apolo, que una vez más y de forma constante le traería las nuevas sobre con quién anduvo su esposa ese día. El chico dorado no sabía que, ese reporte diario, a Hefesto ya no importaba.

Recordó Hefesto la primera vez que el rubio joven se lo dijo, en aquella fragua de cíclopes y gigantes. Furioso preparó la trampa para los amantes, y cuando los demás dioses llegaron a contemplar la escena; dentro de aquellas redes, uno de sus hermanos y su mujer seguían jugando como si nada y más excitados parecían que estaban por la escena. Pidió castigo a los adúlteros, pero salvo por las risas, a nadie le importaba.

Ocurrió luego que su esposa más desvergonzada se puso. Pidió entonces la separación, pidió el divorcio, pero nada le concedieron. Entendió, por fin, que su destino era ser el esposo de la diosa más infiel del Olimpo. Hoy él se hubiera conformado con cualquier simple ninfa, que con serle fiel, a él le bastaba, pero ya eso a nadie le importaba.

—Y bien. ¿Con quién fue hoy? —Preguntó Hefesto, ya sin muchas ganas.

—Eso es lo raro, hoy no estuvo con nadie, no salió de su cama —respondió Apolo intrigado.

Fue cuando Hefesto recordó, para aumentar aún más sus desgracias, que una vez cada año, Afrodita había prometido esperarlo ardientemente en su estancia.

4.- APOLO

El más bello de los dioses del Olimpo, trataba de perder su virginidad, lo intentó con Casandra, le dio el don de la adivinación, pero ella no le devolvió ni siguiera un beso. Castalia, antes de besarlo, se transformó en fuente de agua, escurriéndosele entre los dedos. La peor fue Dafne, que prefirió convertirse en laurel antes de siquiera decir no. Decidió el chico tomar el ejemplo de su padre; quien para variar su rutina con las mujeres, se entretenía algunas veces con un joven troyano. Así fue como Apolo, esperando tener mejor suerte con los efebos, conoció a Jacinto. Ya estaba por hacerle al mancebo la propuesta de su vida; cuando un disco de piedra aterrizó en la testa del zagal. Apolo miró al joven a sus pies y sobrado de su mala suerte salió del lugar diciendo fuertemente:

—¡Basta ya! ¡Me quedo virgen como mi hermana!

Apartado de la vista de todos, Boreas, frío e imperturbable, con una sonrisa en su rostro, agarraba otro disco de piedra del suelo, mientras los presentes corrían donde aquel joven con los sesos desparramados en el piso. Ese fue el castigo que Eros dio al joven dorado por entrometerse en la relación de sus padres.