Viajes Astrales

22 Septiembre 2007

Mi amiga me convenció. Entré en aquel consultorio y el doctor habló con ella explicándole el procedimiento. Yo sólo miraba, pero no se cómo, de pronto me encontraba en otro lugar y en otra época. Un viejo verde e impotente se sentaba a mi lado y me acariciaba las piernas. Las abría suavemente e introducía su cabeza calva entre ellas. Su boca en pequeños besos acariciaba mi pubis que se encontraba afeitado (¿no se por qué?) y luego descendía a mi vulva, para enterrar su lengua dentro de ella. Yo, sin embargo, estaba paralizada al ver a mí alrededor decenas de rostros mirándome en esa habitación oscura. Cuando estaba casi alcanzando el orgasmo, ante los movimientos frenéticos de aquella lengua dentro de mi, volví de repente a mi cuerpo; a mi lado, mi amiga me sacudía asustada por mis quejidos y gestos.

Días después volví sola a aquel consultorio y le pedí al doctor que repitiera aquello que le hizo a mi amiga. Esta vez la cosa había mejorado; frente a mi, un tío muy bueno y en pelotas se me acercaba; me colocó en aquella especie de sofá sin respaldo, me abrió las piernas y las subió a sus hombros, entró dentro de mi con aquel miembro, (que en mi poca experiencia en la vida habría jurado que era como el de un caballo), para mi sorpresa, este deslizó fácilmente, encontrándome toda húmeda y dispuesta de albergar dentro tamaña lanza. Pronto el galán empezó su faena, cada vez más profundo, entraba y salía con una destreza que no sabía posible (si lo comparaba con el cómodo de mi marido). Estaba otra vez cerca de romperme en dos; pero nuevamente me encontré rodeada de rostros mirándome lujuriosos en ese cuarto a oscuras, eso asustó y me despertó.

Ahora estaba volviéndome adicta y empezaba a excitarme todo esto. Esta vez no esperé un nuevo día y volví al siguiente. La cosa se puso fea y escalofriante de repente. En frente de mi, cadáveres de una guerra orgiástica. Varios hombres blancos y hermosos, en brazos de chicas de piel de ébano, mostraban todos ellos sus cuerpos ensangrentados y desnudos. El tío guapo del día anterior estaba en frente, desnudo, erecto, igual de bello que la otra vez, pero ahora una espada atravesaba su corazón. Fue cuando sentí contra mi pecho algo que deslizaba suavemente, era frío y escamoso; cuando entendí de qué cosa se trataba, aquella serpiente clavó sus colmillos entre mis senos desnudos, el dolor me hizo despertar. Salí por primera vez asustada de aquel consultorio; pero al cruzar la calle supe por fin lo que pasaba, en un cine porno exhibían Cleopatra.