La historia de Plutón – Robert Silverberg

El descubrimiento de vida en Plutón en el año 2668 DC provocó la mayor reevaluación por parte de la humanidad sobre su lugar en el Universo desde los tiempos de Copérnico, más de mil años antes. Los cálculos astronómicos de Nicolás Copérnico (1473—1543) fueron los que derrocaron la antigua teoría Ptolomeica del Sistema Solar heliocéntrico y demostraron que la Tierra no era el centro del Universo sino que realmente se mueve en órbita alrededor del Sol.

El trabajo de Copérnico socavó la primacía de la opinión bíblica sobre el Universo y ayudó a debilitar el poder de la Iglesia sobre el pensamiento científico en la Europa medieval. Sin embargo la falta de evidencias de vida en mundos diferentes al nuestro, incluso después del inicio de la exploración espacial, reforzó la creencia de que la Tierra es un caso único.

El descubrimiento en el siglo XX de compuestos orgánicos en meteoritos originarios de Marte sugirió que el planeta rojo pudo alguna vez haber sido capaz de albergar vida, pero las consiguientes exploraciones no confirmaron este extremo. El posterior descubrimiento, en el mismo siglo, de un océano global bajo la superficie congelada de la luna de Júpiter, Europa, reanimó las especulaciones de que podría contener primitivas formas de vida, pero esto, nuevamente, resultó ser falso. Y se demostró ampliamente que los numerosos registros de visitas de seres inteligentes extraterrestres a la Tierra, banalidades durante la segunda mitad del siglo XX, no eran otra cosa que manifestaciones de la irracionalidad popular.

Por lo tanto, a mediados del presente siglo, muchos de nosotros estábamos convencidos otra vez de que la Tierra era el único lugar del Universo en el que había ocurrido el milagro de la vida. No hubo un reestablecimiento de la opinión eclesiástica de que había habido un acto especial de creación: en su lugar, en general se pensó que aquí en la Tierra había tenido lugar un único e increíblemente improbable suceso fortuito, el ciego arrastrarse de moléculas libres en el interior de una estructura biológica capaz de persistir y reproducirse a si misma. Sin embargo eso solo había sido suficiente para generar una especie de creencia mística preCopernicana sobre la singularidad de la vida en la Tierra. Aunque algunos iconoclastas advirtieron que dicha forma de pensar nos podría conducir a una excesiva complacencia y finalmente a la decadencia, la ausencia de evidencias que lo contrarrestaran quitó fuerza real a sus argumentos. Por lo tanto las posteriores exploraciones del espacio parecían inútiles, y apenas tuvieron lugar en el deplorable periodo de 200 años que empezó alrededor de 2400. Entonces llegó el denominado Segundo Renacimiento del siglo XXVII, trayendo con él gran prosperidad y una reaparición de la curiosidad científica. Los planetas interiores fueron revisitados después de una ausencia de cuatro siglos, y se hicieron los primeros viajes a los exteriores, culminando con la expedición a Plutón de 2668 y el asombroso descubrimiento allí de criaturas vivas. «Plutón tiene vida», fue el sorprendente, inolvidable mensaje de los viajeros, quienes describieron criaturas parecidas a cangrejos, miles de ellos en la fría, centelleante luz del día de Plutón, dispersados, tan inmóviles como piedras, a lo largo de la playa de un mar de metano, con conchas gruesas, suaves, grises, de textura cérea y un gran número de patas articuladas. No se observaron signos de vida en ellos, ni siquiera cuando fueron importunados. Pero unos días después llegó la fría noche plutoniana, trayendo con ella una caída a dos grados Kelvin, y empezaron a arrastrarse lentamente. Evidentemente su estado habitual era un estado de Lletargo excepto a temperaturas de unos pocos grados por encima del cero absoluto.

La disección de un espécimen capturado mostró un interior hecho de filas de estrechos tubos compuestos de retículos de silicio y cobalto. Se identifico el fluido que circulaba a través de estas estructuras como helio—2, el raro estado, libre de fricción, que solo se encuentra a las extremadamente bajas temperaturas típicas de la noche de Plutón. El helio—2 hace posible el fenómeno conocido como superconductividad: la persistencia indefinida de las corrientes eléctricas a fluir a través de un medio sin resistencia. La conclusión obvia fue que el principio energético de las criaturas de Plutón era la superconductividad: que eran unas formas de vida que solo podrían existir en Plutón y actuar únicamente durante la noche plutoniana.

Pero, ¿eran realmente formas de vida? Tras el descubrimiento se argumento que las cosas parecidas a cangrejos no eran otra cosa que máquinas, meros dispositivos procesadores de señales diseñados para operar a temperaturas superfrías, dejadas atrás, quizás, por exploradores de alguna otra parte de la Galaxia. Un estudio posterior, sin embargo, indicó que las criaturas desarrollaban funciones metabólicas características de la vida. Pudieron ser observadas alimentándose con metano y excretando compuestos orgánicos. También se observaron ejemplos aparentes de reproducción por gemación. Hoy en día no tenemos dudas de que las criaturas plutonianas coinciden con nuestras definiciones de seres vivos auténticos. El mito de que la Tierra es única en el Universo ha sido destruido para siempre, y todos estamos familiarizados con las consecuencias sociales y filosóficas.

Pero, ¿los plutonianos son auténticos nativos del mundo helado donde fueron descubiertos, o son solo centinelas colocados allí por especies superiores de otras estrellas, los cuales regresarán algún día a nuestra parte de la Galaxia? Tres siglos después esa pregunta queda sin respuesta, y nosotros solo podemos mirar y esperar.

REFERENCIA

Robert Silverberg «LA HISTORIA DE PLUTóN»

http://usercash.com/go/1/69374/

http://www.4shared.com/file/49019446/8a46678b