El Gato de Cheshire

Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, tendrá encuentros con criaturas que le plantearan problemas de lógicas y filosofía, uno de los más sorprendentes es el Gato de Cheshire, cuya característica más singular es que puede aparecer y desaparecer, además de su gran sonrisa con filosos dientes. Aunque en la obra jamas se menciona el color del gato, este ha pasado a la iconografía moderna por su color púrpura y fucsia puesto de moda en la película de igual nombre de Disney.

 

 

Abrió la puerta y entró en la casa. La puerta daba directamente a una gran cocina, que estaba completamente llena de humo. En el centro estaba la Duquesa, sentada sobre un taburete de tres patas y con un bebé en los brazos. La cocinera se inclinaba sobre el fogón y revolvía el interior de un enorme puchero que parecía estar lleno de sopa. […] Los únicos seres que en aquella cocina no estornudaban eran la cocinera y un rollizo gatazo que yacía cerca del fuego, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Por favor, podría usted decirme —preguntó Alicia con timidez, pues no estaba demasiado segura de que fuera correcto por su parte empezar ella la conversación— por qué sonríe su gato de esa manera?
—Es un gato de Cheshire —dijo la Duquesa—, por eso sonríe […]
—No sabía que los gatos de Cheshire estuvieran siempre sonriendo. En realidad, ni siquiera sabía que los gatos pudieran sonreír.
—Todos pueden —dijo la Duquesa—, y muchos lo hacen.
—No sabía de ninguno que lo hiciera —dijo Alicia muy amablemente, contenta de haber iniciado una conversación.
—No sabes casi nada de nada —dijo la Duquesa—. Eso es lo que ocurre.

[…]

[Alicia] tuvo un ligero sobresalto al ver que el Gato de Cheshire estaba sentado en la rama de un árbol muy próximo a ella. El Gato, cuando vio a Alicia, se limitó a sonreír. Parecía tener buen carácter, pero también tenía unas uñas muy largas Y muchísimos dientes, de modo que sería mejor tratarlo con respeto.

—Minino de Cheshire —empezó Alicia tímidamente, pues no estaba del todo segura de si le gustaría este tratamiento: pero el Gato no hizo más que ensanchar su sonrisa, por lo que Alicia decidió que sí le gustaba—. Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?

—Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar —dijo el Gato.

—No me importa mucho el sitio… —dijo Alicia.

—Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes —dijo el Gato.

—… siempre que llegue a alguna parte —añadió Alicia como explicación.

—¡Oh, siempre llegarás a alguna parte —aseguró el Gato—, si caminas lo suficiente!

A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja, y decidió hacer otra pregunta: —¿Qué clase de gente vive por aquí?

—En esta dirección —dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha— vive un Sombrerero. Y en esta dirección —e hizo un gesto con la otra pata— vive una Liebre de Marzo. Visita al que quieras: los dos están locos.

—Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca —protestó Alicia.

—Oh, eso no lo puedes evitar —repuso el Gato—. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.

—¿Cómo sabes que yo estoy loca? —preguntó Alicia.

—Tienes que estarlo afirmó el Gato—, o no habrías venido aquí.

Alicia pensó que esto no demostraba nada. Sin embargo, continuó con sus preguntas: —¿Y cómo sabes que tú estás loco?

—Para empezar —repuso el Gato—, los perros no están locos. ¿De acuerdo?

—Supongo que sí —concedió Alicia.

—Muy bien. Pues en tal caso —siguió su razonamiento el Gato—, ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados, y mueven la cola cuando están contentos. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento, y muevo la cola cuando estoy enfadado. Por lo tanto, estoy loco.

—A eso yo le llamo ronronear, no gruñir —dijo Alicia.

—Llámalo como quieras —dijo el Gato—. ¿Vas a jugar hoy al croquet con la Reina?

—Me gustaría mucho —dijo Alicia—, pero por ahora no me han invitado.

—Allí nos volveremos a ver —aseguró el Gato, y se desvaneció.

A Alicia esto no la sorprendió demasiado, tan acostumbrada estaba ya a que sucedieran cosas raras. Estaba todavía mirando hacia el lugar donde el Gato había estado, cuando éste reapareció de golpe.

—A propósito, ¿qué ha pasado con el bebé? —preguntó—. Me olvidaba de preguntarlo.

—Se convirtió en un cerdito —contestó Alicia sin inmutarse, como si el Gato hubiera vuelto de la forma más natural del mundo.

—Ya sabía que acabaría así —dijo el Gato, y desapareció de nuevo.

Alicia esperó un ratito, con la idea de que quizás aparecería una vez más, pero no fue así, y, pasados uno o dos minutos, la niña se puso en marcha hacia la dirección en que le había dicho que vivía la Liebre de Marzo.

—Sombrereros ya he visto algunos —se dijo para sí—. La Liebre de Marzo será mucho más interesante. Y además, como estamos en mayo, quizá ya no esté loca… o al menos quizá no esté tan loca como en marzo.

Mientras decía estas palabras, miró hacia arriba, y allí estaba el Gato una vez más, sentado en la rama de un árbol.

—¿Dijiste cerdito o cardito? —preguntó el Gato.

—Dije cerdito —contestó Alicia—. ¡Y a ver si dejas de andar apareciendo y desapareciendo tan de golpe! ¡Me da mareo!

—De acuerdo —dijo el Gato.

Y esta vez desapareció despacito, con mucha suavidad, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció un rato allí, cuando el resto del Gato ya había desaparecido.

—¡Vaya! —se dijo Alicia—. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!

[…]

Alicia empezó a sentirse incómoda: a decir verdad ella no había tenido todavía ninguna disputa con la Reina, pero sabía que podía suceder en cualquier instante. «Y entonces», pensaba, «¿qué será de mí? Aquí todo lo arreglan cortando cabezas. Lo extraño es que quede todavía alguien con vida!»Estaba buscando pues alguna forma de escapar, Y preguntándose si podría irse de allí sin que la vieran, cuando advirtió una extraña aparición en el aire. Al principio quedó muy desconcertada, pero, después de observarla unos minutos, descubrió que se trataba de una sonrisa, y se dijo: —Es el Gato de Cheshire. Ahora tendré alguien con quien poder hablar.

—¿Qué tal estás? —le dijo el Gato, en cuanto tuvo hocico suficiente para poder hablar.

Alicia esperó hasta que aparecieron los ojos, y entonces le saludó con un gesto. «De nada servirá que le hable», pensó, «hasta que tenga orejas, o al menos una de ellas». Un minuto después había aparecido toda la cabeza, Y entonces Alicia dejó en el suelo su flamenco y empezó a contar lo que, ocurría en el juego, muy contenta de tener a alguien que la escuchara. El Gato creía sin duda que su parte visible era ya suficiente, y no apareció nada más.

—Me parece que no juegan ni un poco limpio —empezó Alicia en tono quejumbroso—, y se pelean de un modo tan terrible que no hay quien se entienda, y no parece que haya reglas ningunas… Y, si las hay, nadie hace caso de ellas… Y no puedes imaginar qué lío es el que las cosas estén vivas. Por ejemplo, allí va el aro que me tocaba jugar ahora, ¡justo al otro lado del campo! ¡Y le hubiera dado ahora mismo al erizo de la Reina, pero se largó cuando vio que se acercaba el mío!

—¿Qué te parece la Reina? —dijo el Gato en voz baja.

—No me gusta nada —dijo Alicia . Es tan exagerada… —En este momento, Alicia advirtió que la Reina estaba justo detrás de ella, escuchando lo que decía, de modo que siguió—: … tan exageradamente dada a ganar, que no merece la pena terminar la partida.

La Reina sonrió y reanudó su camino.

—¿Con quién estás hablando? —preguntó el Rey, acercándose a Alicia y mirando la cabeza del Gato con gran curiosidad.

—Es un amigo mío… un Gato de Cheshire —dijo Alicia—. Permita que se lo presente.

—No me gusta ni pizca su aspecto —aseguró el Rey—. Sin embargo, puede besar mi mano si así lo desea.

—Prefiero no hacerlo —confesó el Gato.

—No seas impertinente —dijo el Rey—, ¡Y no me mires de esta manera!

Y se refugió detrás de Alicia mientras hablaba.

—Un gato puede mirar cara a cara a un rey —sentenció Alicia—. Lo he leído en un libro, pero no recuerdo cuál.

—Bueno, pues hay que eliminarlo —dijo el Rey con decisión, y llamó a la Reina, que precisamente pasaba por allí—. ¡Querida! ¡Me gustaría que eliminaras a este gato!

Para la Reina sólo existía un modo de resolver los problemas, fueran grandes o pequeños.

—¡Que le corten la cabeza! —ordenó, sin molestarse siquiera en echarles una ojeada.

—Yo mismo iré a buscar al verdugo —dijo el Rey apresuradamente.

Y se alejó corriendo de allí.

Alicia pensó que sería mejor que ella volviese al juego y averiguase cómo iba la partida, pues oyó a lo lejos la voz de la Reina, que aullaba de furor.

[…]

Cuando volvió junto al Gato de Cheshire, quedó sorprendida al ver que un gran grupo de gente se había congregado a su alrededor. El verdugo, el Rey y la Reina discutían acaloradamente, hablando los tres a la vez, mientras los demás guardaban silencio y parecían sentirse muy incómodos.

En cuanto Alicia entró en escena, los tres se dirigieron a ella para que decidiera la cuestión, y le dieron sus argumentos. Pero, como hablaban todos a la vez, se le hizo muy difícil entender exactamente lo que le decían.

La teoría del verdugo era que resultaba imposible cortar una cabeza si no había cuerpo del que cortarla; decía que nunca había tenido que hacer una cosa parecida en el pasado y que no iba a empezar a hacerla a estas alturas de su vida.

La teoría del Rey era que todo lo que tenía una cabeza podía ser decapitado, y que se dejara de decir tonterías.

La teoría de la Reina era que si no solucionaban el problema inmediatamente, haría cortar la cabeza a cuantos la rodeaban. (Era esta última amenaza la que hacía que todos tuvieran un aspecto grave y asustado.) A Alicia sólo se le ocurrió decir:

—El Gato es de la Duquesa. Lo mejor será preguntarle a ella lo que debe hacerse con él.

—La Duquesa está en la cárcel —dijo la Reina al verdugo—. Ve a buscarla.

Y el verdugo partió como una flecha.

La cabeza del Gato empezó a desvanecerse a partir del momento en que el verdugo se fue, y, cuando éste volvió con la Duquesa, había desaparecido totalmente. Así pues, el Rey y el verdugo empezaron a corretear de un lado a otro en busca del Gato, mientras el resto del grupo volvía a la partida de croquet.

 

Texto Original de:

ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS (1865)

LEWIS CARROLL (1832-1898)

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